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Anáhuac: La Sangre del Axolote
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"Izel, nacido en el año uno del agua, nunca conoció el asfalto. Para él, las calles siempre habían sido canales y los semáforos, arrecifes para los peces. Su canoa, tallada en el tronco de un fresno rescatado, era una extensión de sus brazos. Con ella navegaba entre los pisos superiores de los edificios de la colonia Roma, ahora esqueletos de concreto cubiertos de musgo y silencio, en busca de cualquier cosa que el agua no hubiera reclamado por completo."
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"Al volver a su chinampa, una isla de vida tejida al sur de lo que fue la avenida Insurgentes, lo esperaba Elodia. Su abuela, de piel surcada como la corteza de un ahuejote, recordaba el mundo seco. Recordaba los coches, el ruido y la fe en un dios crucificado. "El agua tiene memoria, Izel", le decía mientras desgranaba el maíz, "y nosotros apenas estamos aprendiendo a escucharla de nuevo"."
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"Pero la memoria del agua parecía estar envenenada. El corazón de su chinampa, el gran ahuejote cuyas raíces eran el ancla de su hogar, estaba muriendo. Sus hojas, que debían ser de un verde intenso, colgaban amarillentas y frágiles. "No es una sequía, es una tristeza", sentenció Elodia, acariciando el tronco como la frente de un niño con fiebre. "Algo ofende a la tierra"."
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""Quizás deberíamos clavar vigas de metal, de las que sacamos del edificio de oficinas", sugirió Izel, pateando un trozo de tierra húmeda. "Reforzarlo como lo hacían antes". Elodia negó con la cabeza, una lenta y pesada negación. "La arrogancia del metal es lo que nos hundió. No puedes sanar una herida con el cuchillo que la causó. Esto es un asunto del espíritu, no de la fuerza"."
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""Tláloc no habla con gritos, sino con sus criaturas", le explicó Elodia, entregándole una pequeña red de ixtle. "En las aguas más profundas y olvidadas viven los axolotes, los que se negaron a abandonar el agua. Son la sangre y los ojos del lago. Encuentra uno. Observa dónde vive, qué respira. Él te dirá cuál es la enfermedad"."
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"La búsqueda llevó a Izel más allá de los canales familiares, hacia el corazón ahogado de la ciudad: el Zócalo. La plaza era ahora una laguna profunda y oscura, donde solo la punta de la cruz de la Catedral hundida emergía del agua como una advertencia. Remar allí era como navegar sobre la tumba de un gigante. El silencio era total, roto solo por el goteo del agua en su remo."
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"No encontró a la criatura en las aguas abiertas, sino en un rincón estancado, acurrucado contra los cimientos de la vieja Torre Latinoamericana. Allí, en un charco aceitoso donde se filtraba el óxido y los químicos de baterías olvidadas, vio al axolote. Flotaba, casi inmóvil, con sus branquias rosadas como un delicado abanico en medio de la podredumbre."
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"Y entonces, comprendió. El axolote no estaba enfermo por el veneno; estaba allí porque era su elemento, su hogar. La criatura no huía de la corrupción del viejo mundo, sino que era parte de ella. La enfermedad no estaba en el árbol, sino en lo que el árbol bebía. El lodo de su chinampa, apilado sobre décadas de basura y concreto enterrados, estaba filtrando la muerte desde abajo."
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"Regresó sin el axolote, pero con su mensaje. "No tenemos que reemplazar el corazón", le dijo a Elodia, "tenemos que purificar su sangre". Juntos, con palas y sus propias manos, comenzaron a cavar alrededor de las raíces del gran ahuejote. Extrajeron trozos de plástico, varillas retorcidas y fragmentos de vidrio, los huesos olvidados del mundo que fue."
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"Semanas después, un pequeño brote, de un verde desafiante y vibrante, nació de una rama que parecía muerta. El ahuejote respiraba de nuevo. Izel, de pie junto al tronco sanado, miró hacia el horizonte de agua y ruinas. Ya no veía una ciudad ahogada, sino un lago que había regresado a casa. Y él, por primera vez, se sintió verdaderamente parte de Anáhuac, no como un superviviente, sino como un hijo."